La consagración, el mostrar el cáliz y la hostia en la Eucaristía, tiene su origen en la Edad Media, que tenía afinidad con el misticismo. La comunión real no era necesariamente habitual; alternativamente, la “comunión ocular” se consideraba una participación en la misa. Se cuenta que muchos fieles iban a la iglesia sólo para la consagración, o se paseaban de un altar lateral a otro en las misas celebradas en paralelo, para haber participado en muchas misas viendo la consagración.
El rito ha persistido hasta nuestros días, adornándose con incienso y campanas, por lo que también se ha desarrollado un acompañamiento musical. Los motetes para la consagración se encuentran en muchas colecciones, y el texto O salutaris hostia tuvo un papel especial. La stoccata de consagración italiana muestra la especial factura de “durezze e ligature”, con atrevidas progresiones armónicas se evoca la cualidad mística de la transformación.
La literatura organística sobre la consagración es bastante extensa, aunque aquí también la mayoría de las obras son partes individuales de colecciones, por ejemplo, estando incluidas en muchas Misas de órgano.